martes, 31 de julio de 2018

Los templos y el Domo de la bomba atómica

Ya sea que se trate de lugares sagrados budistas o shintoistas - los dos credos principales que se profesan en Japón, más allá de que como en todo espacio cosmopolita existen diversidad de creencias - los templos son, sin ninguna duda, la principal atracción para los que visitan este país. Los itinerarios turísticos se organizan alrededor de los templos. Templos dedicados a distintas divinidades, protectoras del mar, de ciertas ramas de la actividad económica, de los niños, etc. Templos con rasgos arquitectónicos distinguidos como el torii flotante de la isla de Miyajima, los templos rodeados de bosque y selva en Kamakura, los templos con representaciones gigantescas de Buda, como es el caso de Nikko o Nara, la ciudad de los ciervos. Allí, los paseos por senderos parquizados entre templo y templo, se amenizan dándole de comer a unos ciervos muy confianzudos que, si no hay bizcochos, se comen los mapas o los lentes de sol de los turistas. En una oportunidad pudimos ver a una cantidad de turistas norteamericanos fotografiando con mucha alegría a un ciervo, que se comía a pedazos un cochecito de bebé que había sido dejado a un lado, mientras sus dueños paseaban.

Los templos, además, muestran a deidades muy diferentes de las que conocemos en la tradición católica. Mientras que los santos de las iglesias suelen tener una mirada angelical, y estar rodeados de una estética etérea, en las imágenes de los templos japoneses predominan los personajes de piel roja que reciben (muchas veces con rostros enfurecidos) al visitante. Hay animales (zorros, ciervos, cuervos, leones, dragones) considerados mensajeros de los dioses y una simbología bastante diversa que no se concentra en una sola imagen, como lo es la cruz en el catolicismo. Un símbolo equivalente, que causa inquietud a los turistas, es la cruz esvástica en espejo. Aunque enseguida se aclara que nada tiene que ver con el nazismo, ya que se trata de un símbolo mucho más antiguo.

 

Los templos evocan también una profunda sensación de paz,  y no es raro que próximos a un templo se encuentren uno o más cementerios. Nosotros vimos uno muy lindo en el "templo del bosque de bambú", en Takedera / Hokokuji. Cuando íbamos en esa dirección en el bus local, una señora que se puso a conversar con nosotros, nos contó que iba al mismo templo, donde descansaba su marido fallecido hacía 3 años.

La paz es lo contrario de la guerra, claro, y de la muerte; pero también se asocia la paz al descanso eterno de los fallecidos. Por eso es curioso que en Hiroshima, aunque también hay templos, se haya constituido lo que llaman la capital mundial de la paz, a partir del terrible acontecimiento sucedido el 6 de agosto de 1945.

Apenas llegamos a la ciudad nos dirigimos al centro donde se encuentra el Domo de la bomba atómica, una ruina razonablemente reconocible en las proximidades de lo que fue el hipocentro de la detonación nuclear.


Ya en el museo, se nos mostraron muchas fotos y se nos contaron unas cuantas historias de las que nos gustaría rescatar aquí tres. Así como las recordamos, como para que quien quiera, les siga la pista y acomode las imprecisiones de nuestro relato.

Primero, la historia del maestro
Matsushima Keijiro. Para comprender la Segunda Guerra Mundial vienen bien los datos estadísticos y los mapas con alfileres de colores, pero las cosas se entienden desde otro lugar si se lee la historia de Ana Frank. De modo análogo, la historia de este maestro japonés es muy ilustrativa para comprender cómo se vivió y se construye una memoria desde adentro. La historia de Matsushima nos la contó una mujer que fue su alumna en la escuela primaria, quien la escucho de primera mano de su maestro. La bomba explotó cuando Matsushima tenía unos 15 o 16 años. Casualmente había salido del pueblo y había dejado a sus hermanos y sus padres en el centro. Las horas que él caminó rumbo a su casa, para ir encontrando la ciudad completamente devastada, los sobrevivientes arrastrándose por doquier, los restos casi irreconocibles de las centenares de miles de víctimas, todo esto marcó su vida de tal manera que decidió hacerse maestro y aprender inglés para poder recorrer el mundo dando su testimonio. Lo hizo hasta hace pocos años cuando, como muchísimas otras personas que vivieron en Hiroshima después de la bomba, murió de un cáncer consecuencia de las radiaciones a las que estuvo expuesto.

La segunda historia que queremos reproducir es la del fotógrafo y periodista Yoshito Matsushige. Era periodista vocacional y había conseguido un puesto en uno de los diarios importantes de Hiroshima. Al momento de la detonación, se encontraba a unos pocos centenares de metros más allá del radio de mayor destrucción de la bomba, por lo que milagrosamente salvó su vida, y no tuvo mayores heridas. Como periodista que era, y a diferencia de la mayor parte de la gente que no entendía nada de nada, pues nunca antes semejante cosa había sucedido, Yoshito Matsushige supo que, a pesar del miedo y del riesgo que suponía acercarse al epicentro de la explosión, en ese momento lo que debía hacer era salir con la cámara de fotos a la calle y registrar esa situación. Llevó dos rollos de película de 24 exposiciones cada uno. Pero fue tal la impresión que le causó lo que veían sus ojos que solo pudo disparar la cámara siete veces, con manos temblorosas. Luego la ocupación norteamericana confiscó buena parte del material de imágenes que documentaba la masacre, y pasaron años hasta que solo cinco de esos siete negativos pudieron revelarse y difundirse públicamente. Éstas son las cinco fotos.

La tercera historia que queremos rescatar es nuestra propia historia, recorriendo la historia que cuentan en el Hiroshima sobre la bomba. Ya desde que habíamos llegado a Japón, y conociendo algo de la terrible historia que tienen los japoneses respecto de los militares norteamericanos, nos venía sorprendiendo lo profundamente arraigada que está la cultura Yankee en la vida cotidiana de las grandes ciudades japonesas. Admiran a los personajes de sus películas, utilizan muchísimas palabras en inglés en su vocabulario, cuando inventan heroes muchas veces los hacen parecer norteamericanos u occidentales... ¿no los odian, aunque sea un poco?, nos preguntábamos. Y la sorpresa alcanzó su máximo esplendor cuando, a pesar de haber podido rescatar pequeñas historias, como las de este maestro y este fotógrafo, vimos que uno de los grandes héroes en la linea de tiempo trazada en el Museo de la paz en Hiroshima es el presidente Barack Obama.

Evidentemente, el modo en el cual cada cultura procesa sus victorias y sus derrotas, sus orgullos y sus vergüenzas, sus alegrías y sus tristezas, es diferente. Antes de viajar supimos que los desaparecidos de la dictadura argentina que tenían origen japonés fueron unos de los pocos que jamás tuvieron la iniciativa de reclamar por sus familiares. Más que la sensación de reivindicación y lucha, propia de los familiares más activos, a ellos se les superponía una especie de vergüenza. ¿Será esa tradición antigua del seppuku / harakiri una forma extrema de esa sensación de honor perdido y vergüenza ante las derrotas?

La visita a Hiroshima nos dejó una sensación de profunda consternación, por el peso de una historia que tuvimos la suerte de no vivir, pero cuyas huellas encontramos en la arquitectura, el arte y la gente de esta pequeña gran ciudad.


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