miércoles, 18 de julio de 2018

Museo Ghibli y Mitaka

Hoy visitamos el Museo Ghibli
La verdad, no íbamos con muchísimas expectativas. Aunque nos encanta su arte tal vez intuíamos que la curaduría estaría centrada en la técnica de animación.
Sin embargo, nos sorprendió muchísimo. La presentación fue la proyección de un corto inédito, sensible y mágico sobre una oruga qué sale de la crisálida y descubre las primeras sorpresas que la vida le depara. También pensábamos que a Leia no le llamaría la atención, pero para nuestra sorpresa aún cuando estaba en la falda de su madre dispuesta a amamantar si ella lo demandara,  no despegó su vista de la pantalla. Una curiosidad respecto del corto que vimos, es que no tenía grandes despliegues de sonido, sino que todo el trabajo de sonorizacion estaba hecho por los gestos verbales y los sonidos de una sola persona cuya voz se escuchaba todo el tiempo.

Toda la muestra desborda tecnología, y sin embargo inspira desde una estética profundamente humana y artesanal. Varias de las instalaciones del Museo hacen referencia a la técnica de la animación, si, pero lo hacen a través de juguetes mecánicos y ópticos que recuerdan un poco a la increíble fábrica de chocolate de Willy Wonka. Muñecos que giran en una calesita a toda velocidad y una luz parpadeante los convierte en una impresionante animación (eso fue probablemente lo que más nos gustó a los cuatro, del museo). Instalaciones móviles insólitas en cada rincón del edificio. Una arquitectura modernista que es un poco de fragmentos de las películas y despliegues creativos a partir de su estética. Muy, muy japonés.
Fotos para mostrar del museo, no tenemos. Una de las magias del lugar es que impiden a los visitantes mirar todo a través de las pantallitas de sus celulares. No está permitido tomar ninguna foto dentro del museo. Por un momento nos molestó, pero enseguida lo agradecimos.

En un rincón de juego infantil, Leia pudo meterse adentro del gato gigante cuya reproducción se ve en la foto. Además de ser un lugar muy bonito fue para ella una especie de primera experiencia de "pelotero", que compartió con otros japonesitos y japonesitas mucho menos inquietos que ella: a pesar de que también eran bebés o niños muy pequeños escucharon con mucha atención y en silencio las indicaciones previas que la cuidadora les hizo, sobre lo que podía y no hacerse dentro del lugar.

A la salida caminamos un poco por las calles de Mitaka y su gigantesco parque. Terminamos en una estación de tren llamada Kichijoji, dónde recorrimos una especie de mercado que combinaba la típica estética de los mercados europeos con el estilo más comercial de los centros japoneses. En cada puestito nos reconocían como extranjeros y nos daban a probar extrañísimos sabores, que disfrutamos mucho, y algunos de los cuales nos trajimos al departamento para preparar.

Almorzamos en uno de esos típicos restoranes a la barra, donde nos sirvieron sakana (pescado), butaniku (cerdo), arroz y otras cosas que no sabríamos decir muy bien que eran.
(Parque en Mitaka)

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