lunes, 23 de julio de 2018

Ta to' en chino!!!!

Hay una forma particular de soledad que es difícil experimentar en la vida cotidiana, pero que es muy recurrente cuando se vive bajo la condición de extranjero: la soledad linguística. No solo porque las personas hablan en una lengua que para nosotros es más o menos incomprensible, sino porque además: los sonidos de los altoparlantes en el metro, la señalización en la vía pública, los periódicos, los envases de los alimentos en el supermercado, los libros, los graffitis callejeros, todo está escrito con una mezcla de hiragana, katakana y kanji que resulta casi siempre indescifrable. Muchas veces puede deducirse por el aspecto y el contexto la función que tiene cada inscripción, y la gestualidad expresiva de la gente nos ayuda a comprender casi todo. Pero no deja de ser un poco frustrante experimentar en forma sostenida a lo largo de los días o las semanas está soledad lingüística.

Hace unos días, después de escuchar el interminable sonido del extractor del baño sin pausa durante varias horas, me vi frente a un panel lleno de botones indescifrables y me salió del fondo del alma un grito: ¡aaaah, ta to' en chiiinooo!

Y quedó. En los viajes compartidos en grupo - en este caso, grupo familiar - se arman siempre estos códigos en clave de humor... y ahora, cada vez que nos encontramos frente a una situación en la que nuestra incapacidad de leer el japonés nos complica un poco la vida, recurrimos a esa frase.


Por otro lado, ante esto, no pude menos que recordar un hermoso texto de Fabio Morábito llamado "El idioma solitario", que dejo acá:

"El idioma materno de mi mujer es un idioma que yo no hablo; ella, en cambio, habla mi lengua materna. Nos comunicamos a través de un tercer idioma, que es el idioma del país en el que vivimos. El que yo no hable ni entienda la lengua materna de mi mujer, al revés de ella, que habla la mía sin dificultad, me otorga una gran ventaja. Al estar expuesto en mi casa a un idioma extraño, que no entiendo ni quiero entender, la calidad de misterio de mi vida es superior a la suya. Cuando la oigo hablar en su idioma, bien sea con su hermana por teléfono o con algún compatriota que la visita, me doy cuenta de cuán poco la conozco, pues los sonidos de su lengua no tienen correspondencia exacta con los de ningún otro idioma que he oído. En especial, la aspereza de ciertas consonantes aspiradas me perturban todavía después de más de treinta años de vida en común. Hay allí, en esos sonidos que parecen comprometer no sólo su garganta sino su estómago, un aspecto de mi mujer que escapa a mi comprensión, una cualidad de su sistema nervioso que me resulta ajena y hasta amenazante. Ella ha de experimentar lo mismo, pues me ha dicho que nunca se siente tan extranjera 56 y tan sola en nuestra casa como cuando habla su idioma, consciente de que ni yo ni mi hijo la entendemos. Así, después de que acaba de hablar por teléfono con su hermana, lo primero que hace, con la boca que todavía rezuma idioma materno, es ir a verme para referirme detalladamente la conversación que tuvieron, temiendo quizá que su idioma haya creado un abismo entre nosotros, como esos terremotos cuya intensidad hace que el eje de la Tierra se desplace unos cuantos centímetros. Nos miramos con expresión interrogante y entonces a menudo me ruega que aprenda su idioma, para no sentirse en nuestra casa como una loca que desvaría. Pero yo le respondo que en esa soledad lingüística suya, y en el misterio que eso supone, se cifra gran parte de su belleza y de mi amor por ella, y se retira resignada, como quien ha cerrado un trato desventajoso pero irrevocable."

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