A nosotros nos tocó realizarlo en una casita en una calle medio perdida en un barrio alejado de Kyoto. Conseguimos la invitación a través de una red social donde se ofrecen este tipo de cosas. Como no resulta oportuno llevar a una bebé pequeña a semejante momento místico, nos fuimos turnando y a mí me tocó ir por mi cuenta, y compartir la experiencia con otros 5 extranjeros de distintos países, a los que no conocía. Una de ellas, una chica Noruega que medía no menos de 3 metros y medio (si, exagero) no lograba ocultar su impaciencia mientras observaba, moviendo nerviosamente los pies, cómo nuestra anfitriona japonesa se tomaba sus largos 20 minutos para acomodar los utensilios sobre el tatami y disponer todo antes de comenzar a mezclar el polvo verde (matcha) con el agua caliente.
Y es que la ceremonia del té se trata, entre otras cosas, de una experiencia respecto de cómo transitar el tiempo. No sólo por esa habitual observación de que vivimos una posmodernidad ágil, con tiempos tecnológicos que dejan de lado la capacidad de las personas de observar, pues esta ceremonia existe obviamente desde antes de las barras de progreso de los dispositivos electrónicos. Sino por otra razón, más trascendente: hace falta un tiempo separado del tiempo común de la vida cotidiana, para pensar como miramos el mundo y como vivimos nuestra vida. Las religiones crean esos espacios y tiempos en sus liturgias. La ceremonia del té también lo hace, aunque sin las parafernalias religiosas.
Cada momento de la ceremonia responde a la intención de representar ciertos valores. El reborde sobre el que se acomodan los utensilios tiene una forma que evoca el monte Fuji. La anfitriona coloca el recipiente donde se guarda el agua que contendrá el preparado a ser bebido, caminando de frente a los invitados. En cambio, retira los recipientes con el agua sobrante dándoles la espalda, para no ofenderlos con ese producto impuro. La posición de cada cucharón, cada pañuelo, cada vasija, representa algo. La decoración, cómo en esos poemas brevísimos llamados haikus, siempre hace alguna referencia a la naturaleza y a la estación del año, y contiene algún pensamiento profundo.
Buena parte del tiempo está dedicada a la exposición y contemplación de los distintos jarros, cucharas y elementos que se utilizan. El tránsito compartido por todos esos momentos extraídos del tiempo habitual, generan entre los participantes una sensación de comunión.
Es tentadora la analogía con el mate, nuestra propia infusión tradicional verde. Sin embargo, aunque forzando la imaginación existan algunos elementos en común, la ligereza y la espontaneidad que acompañan a la ronda de mate, tienen poco que ver con esta ritualidad espiritual y casi liturgica de la ceremonia del té.
Pero la analogía que, desde mi punto de vista, sí resulta más o menos inevitable, es la que puede establecerse entre el tiempo de la ceremonia del té y el tiempo del aula. Porque también en el aula nos extraemos de la vida corriente y dedicamos ceremonias y rituales a una reflexión mediada sobre nuestro lugar en el mundo. También en el aula ponemos la mesa. Y también, si creemos que el aula es ese lugar mágico donde las personas construyen deseos y destinos, podemos darnos tiempo para pensar en quiénes somos y cómo querenos vivir. Aunque no pensar como tematizar, como pronunciar máximas a seguir, sino - como en la ceremonia del té - pensar saboreando un buen ejemplo que sintetice poéticamente ciertos modos de mirar y de mirarse.
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