miércoles, 1 de agosto de 2018

Viajar es irse de uno mismo

Los encuentros que tuvimos con amigos argentinos o españoles aquí en Japón, fueron ocasión de lindas charlas, riquísimas cenas y paseos divertidos. Pero también fueron la oportunidad para compartir el asombro por ciertos rasgos culturales de la gente que vive aquí. Compartir la extrañeza de la extranjeridad es una de esas cosas que une a la gente. Pero no por esa tontería de extrañar el terruño sino precisamente por compartir la aventura de estar lejos, y querer sorprenderse.

Los trenes japoneses, en horas punta, van atestadisimos. Pero igual se llega rápido a todos lados, porque los japoneses son puntuales y ordenadisimos para ponerse en fila y ocupar la mitad de la escalera mecánica. A nadie (pero a nadie) se le ocurre colarse en la fila o apretujar al que tiene adelante.

En las ciudades latinoamericanas es muy frecuente que la calle sea un lugar de expresión popular y las paredes sean la voz del pueblo. Aquí en Japón, en cambio, nadie (pero nadie) escribe sus pasiones en una pared furitivamente. ¿Naoko, por qué me dejaste? ¿Kamatamare-Sanuki, campeón? No. Nada.

La gente entra a un negocio, o al trabajo, y deja su bicicleta en la calle sin ponerle cadena ni candado. Colgaditos del caño de la bici, se ven incluso los paraguas. Y a nadie (nadie de nadie) se le ocurre llevarse ni la bici ni el paraguas, sin permiso. En un gigantesco parque de diversiones de Osaka, a Clara se le cayó el celular de una especie de montaña rusa, y cuando ya lo daba por perdido los empleados del parque lo encontraron y se lo devolvieron. A nadie (nadiecito) que se encuentre algo tirado, se le ocurre llevárselo.

Las teorías respecto de este exceso de civilización y una casi absoluta ausencia (aparentemente) de barbarie, son diversas.

Está el asombro imbécil ante la "raza superior" que habita en el llamado primer mundo, cuyo don de gentes e innata generosidad y solidaridad social, explican el progreso de la nación. No hace falta mucho argumento para refutar esta idea, creo que ni vale la pena perder el tiempo haciéndolo. A nosotros se nos ha dado por preguntarnos qué cosas se esconden detrás de esa aparente actitud perfeccionista, y esa necesidad de obediencia a ultranza de todas y cada una de las reglas de funcionamiento de la vida cotidiana. ¿Dónde ponen sus pasiones? ¿Dónde sus hartazgos, sus rebeliones, sus resistencias?

Algunos japoneses con los que pudimos conversar un poco más en confianza, señalan que la distancia entre el espacio público y el privado es significativa. Que las relaciones y las amistades se viven de manera diferente a las que nosotros estamos acostumbrados. Que cuando los extranjeros no son turistas, sino inmigrantes, no son tratados de la manera que a nosotros tanto nos sorprende. Que Japón tiene también en su haber una historia de conquistas y búsquedas imperiales, de despotismos y feudalismos. Y que allí donde nosotros tenemos gauchos que deambulan por la pampa, entreverándose en duelos casuales con oponentes inesperados, y donde los yanquis tienen cowboys cancheros, acá tienen samurais, o sea, guerreros leales a un Yogun que hacen de su vida un elogio de la guerra y la lucha bajo un código ético.

Todo esto no es en absoluto un intento de teorizar la cultura japonesa, sino apenas una reflexión espontánea, a partir de conversaciones compartidas con otros que viven al mismo tiempo formas similares del asombro, ante esta increíble y sorprendente cultura.

Viajar es irse de un lugar a otro, pero sobre todo es irse de uno mismo y transitar racionalidades, emociones, formas de vivir, diferentes. Ponerlo en palabras es necesario, para que toda esa peregrinación hacia afuera de uno mismo, se convierta en experiencia.


martes, 31 de julio de 2018

Los templos y el Domo de la bomba atómica

Ya sea que se trate de lugares sagrados budistas o shintoistas - los dos credos principales que se profesan en Japón, más allá de que como en todo espacio cosmopolita existen diversidad de creencias - los templos son, sin ninguna duda, la principal atracción para los que visitan este país. Los itinerarios turísticos se organizan alrededor de los templos. Templos dedicados a distintas divinidades, protectoras del mar, de ciertas ramas de la actividad económica, de los niños, etc. Templos con rasgos arquitectónicos distinguidos como el torii flotante de la isla de Miyajima, los templos rodeados de bosque y selva en Kamakura, los templos con representaciones gigantescas de Buda, como es el caso de Nikko o Nara, la ciudad de los ciervos. Allí, los paseos por senderos parquizados entre templo y templo, se amenizan dándole de comer a unos ciervos muy confianzudos que, si no hay bizcochos, se comen los mapas o los lentes de sol de los turistas. En una oportunidad pudimos ver a una cantidad de turistas norteamericanos fotografiando con mucha alegría a un ciervo, que se comía a pedazos un cochecito de bebé que había sido dejado a un lado, mientras sus dueños paseaban.

Los templos, además, muestran a deidades muy diferentes de las que conocemos en la tradición católica. Mientras que los santos de las iglesias suelen tener una mirada angelical, y estar rodeados de una estética etérea, en las imágenes de los templos japoneses predominan los personajes de piel roja que reciben (muchas veces con rostros enfurecidos) al visitante. Hay animales (zorros, ciervos, cuervos, leones, dragones) considerados mensajeros de los dioses y una simbología bastante diversa que no se concentra en una sola imagen, como lo es la cruz en el catolicismo. Un símbolo equivalente, que causa inquietud a los turistas, es la cruz esvástica en espejo. Aunque enseguida se aclara que nada tiene que ver con el nazismo, ya que se trata de un símbolo mucho más antiguo.

 

Los templos evocan también una profunda sensación de paz,  y no es raro que próximos a un templo se encuentren uno o más cementerios. Nosotros vimos uno muy lindo en el "templo del bosque de bambú", en Takedera / Hokokuji. Cuando íbamos en esa dirección en el bus local, una señora que se puso a conversar con nosotros, nos contó que iba al mismo templo, donde descansaba su marido fallecido hacía 3 años.

La paz es lo contrario de la guerra, claro, y de la muerte; pero también se asocia la paz al descanso eterno de los fallecidos. Por eso es curioso que en Hiroshima, aunque también hay templos, se haya constituido lo que llaman la capital mundial de la paz, a partir del terrible acontecimiento sucedido el 6 de agosto de 1945.

Apenas llegamos a la ciudad nos dirigimos al centro donde se encuentra el Domo de la bomba atómica, una ruina razonablemente reconocible en las proximidades de lo que fue el hipocentro de la detonación nuclear.


Ya en el museo, se nos mostraron muchas fotos y se nos contaron unas cuantas historias de las que nos gustaría rescatar aquí tres. Así como las recordamos, como para que quien quiera, les siga la pista y acomode las imprecisiones de nuestro relato.

Primero, la historia del maestro
Matsushima Keijiro. Para comprender la Segunda Guerra Mundial vienen bien los datos estadísticos y los mapas con alfileres de colores, pero las cosas se entienden desde otro lugar si se lee la historia de Ana Frank. De modo análogo, la historia de este maestro japonés es muy ilustrativa para comprender cómo se vivió y se construye una memoria desde adentro. La historia de Matsushima nos la contó una mujer que fue su alumna en la escuela primaria, quien la escucho de primera mano de su maestro. La bomba explotó cuando Matsushima tenía unos 15 o 16 años. Casualmente había salido del pueblo y había dejado a sus hermanos y sus padres en el centro. Las horas que él caminó rumbo a su casa, para ir encontrando la ciudad completamente devastada, los sobrevivientes arrastrándose por doquier, los restos casi irreconocibles de las centenares de miles de víctimas, todo esto marcó su vida de tal manera que decidió hacerse maestro y aprender inglés para poder recorrer el mundo dando su testimonio. Lo hizo hasta hace pocos años cuando, como muchísimas otras personas que vivieron en Hiroshima después de la bomba, murió de un cáncer consecuencia de las radiaciones a las que estuvo expuesto.

La segunda historia que queremos reproducir es la del fotógrafo y periodista Yoshito Matsushige. Era periodista vocacional y había conseguido un puesto en uno de los diarios importantes de Hiroshima. Al momento de la detonación, se encontraba a unos pocos centenares de metros más allá del radio de mayor destrucción de la bomba, por lo que milagrosamente salvó su vida, y no tuvo mayores heridas. Como periodista que era, y a diferencia de la mayor parte de la gente que no entendía nada de nada, pues nunca antes semejante cosa había sucedido, Yoshito Matsushige supo que, a pesar del miedo y del riesgo que suponía acercarse al epicentro de la explosión, en ese momento lo que debía hacer era salir con la cámara de fotos a la calle y registrar esa situación. Llevó dos rollos de película de 24 exposiciones cada uno. Pero fue tal la impresión que le causó lo que veían sus ojos que solo pudo disparar la cámara siete veces, con manos temblorosas. Luego la ocupación norteamericana confiscó buena parte del material de imágenes que documentaba la masacre, y pasaron años hasta que solo cinco de esos siete negativos pudieron revelarse y difundirse públicamente. Éstas son las cinco fotos.

La tercera historia que queremos rescatar es nuestra propia historia, recorriendo la historia que cuentan en el Hiroshima sobre la bomba. Ya desde que habíamos llegado a Japón, y conociendo algo de la terrible historia que tienen los japoneses respecto de los militares norteamericanos, nos venía sorprendiendo lo profundamente arraigada que está la cultura Yankee en la vida cotidiana de las grandes ciudades japonesas. Admiran a los personajes de sus películas, utilizan muchísimas palabras en inglés en su vocabulario, cuando inventan heroes muchas veces los hacen parecer norteamericanos u occidentales... ¿no los odian, aunque sea un poco?, nos preguntábamos. Y la sorpresa alcanzó su máximo esplendor cuando, a pesar de haber podido rescatar pequeñas historias, como las de este maestro y este fotógrafo, vimos que uno de los grandes héroes en la linea de tiempo trazada en el Museo de la paz en Hiroshima es el presidente Barack Obama.

Evidentemente, el modo en el cual cada cultura procesa sus victorias y sus derrotas, sus orgullos y sus vergüenzas, sus alegrías y sus tristezas, es diferente. Antes de viajar supimos que los desaparecidos de la dictadura argentina que tenían origen japonés fueron unos de los pocos que jamás tuvieron la iniciativa de reclamar por sus familiares. Más que la sensación de reivindicación y lucha, propia de los familiares más activos, a ellos se les superponía una especie de vergüenza. ¿Será esa tradición antigua del seppuku / harakiri una forma extrema de esa sensación de honor perdido y vergüenza ante las derrotas?

La visita a Hiroshima nos dejó una sensación de profunda consternación, por el peso de una historia que tuvimos la suerte de no vivir, pero cuyas huellas encontramos en la arquitectura, el arte y la gente de esta pequeña gran ciudad.


viernes, 27 de julio de 2018

Viajar es experimentar

Hola.

Quiero compartir una especie de decálogo de reflexiones acerca de la experiencia que me han venido a la mente mientras leía la clase armada por Iván Castiblanco para Pedagogías de las Diferencias. Mientras eso sucedía, yo compartía aquí en Kyoto una hermosa jornada con otro profe de ese diploma, Nacho Calderón, y su familia.
En fin, es lindo cuando a uno se le hace difícil separar trabajo de placer, porque hace lo que le gusta.
Aquí van entonces estas notas sobre la experiencia:

1. Dar lugar a la experiencia es permitirse caminar sin rumbo.

2. No necesariamente la experiencia es lo contrario del método o de la planificación, pero definitivamente establece nuevas relaciones con esos conceptos.

3. Hay una parte de la experiencia - y de las sensaciones propias de haber atravesado una experiencia - que no terminan de suceder hasta que se ponen en palabras, y se comparten con otros.

4. Quizás por eso tenga tanto éxito el término "experiencia" (junto con el término "compartir", que para muchos es sinónimo de publicar en una red social) en el mundo mediatizado por el consumo, el shopping y la tecnología, donde esas palabras aparecen resignificadas como funciones o comandos dentro de mecanismos muy diferentes de los de las experiencias de las que hablo aquí.

5. Podría decirse, por otro lado, que no hay posibilidad de experimentar sin sentirse afectado por las cosas que nos suceden. Experiencia y afectación, entonces, van juntas, de una manera muy estrecha.

6. Existe una sensación generalizada de que existe una urgencia, que no pasa por los lugares importantes a los que uno quisiera acercarse. Tal vez, entonces, experiencia también tenga que ver con correrse del lugar de la urgencia, para que las cosas que nos pasan tengan lugar en otro nivel.

7. La experiencia supone que las palabras tengan sentido cuando se las pronuncia. Que no meramente se las diga o se las haga sonar en el aire, sino que haya un ejercicio auténtico y profundo de pronunciación.

8. El lugar de la experiencia es un lugar de alguna manera vulnerable, ya que para experimentar hace falta bajar la guardia y esto implica no sólo un gesto emotivo, sino también una presunción de ignorancia, una apertura hacia la humildad de quien está dispuesto a aprender lo que no sabe y a entender lo que no entiende... En definitiva, a vivir lo que no ha vivido aún.

9. Experimentar tiene más que ver con el cómo que con el qué, y con el durante, más que con los resultados.

10. La experiencia es un acto de presencia, bastante corporal. Y, por eso, la creería más o menos escurridiza respecto de las excesivas virtualidades.



martes, 24 de julio de 2018

La ceremonia del té en Japón

No tiene nada que ver con el five o'clock tea de los ingleses. Si bien en ambos casos se toma té, y se construyen modos de actuar que invitan al apego a ciertas formas, la ceremonia del té en Japón no tiene nada que ver con la etiqueta. Es, más bien, un rito de profundos simbolismos. Valga como ejemplo de sus raíces profundas y de sus resonancias sociales y políticas, la historia de Sen no Rikyū (se pueden buscar biografías fácilmente en Internet). Este personaje vivió hace 500 años, influyó en la configuración de varias de las escuelas de la ceremonia del té, y finalizó su vida como un mártir, por la misma causa. Es decir: claramente no se trata de un juego banal, ni de una costumbre para reforzar los modales. Es, como suelen serlo todos los rituales importantes, un espacio de construcción de sentidos colectivos sobre la vida en común.

A nosotros nos tocó realizarlo en una casita en una calle medio perdida en un barrio alejado de Kyoto. Conseguimos la invitación a través de una red social donde se ofrecen este tipo de cosas. Como no resulta oportuno llevar a una bebé pequeña a semejante momento místico, nos fuimos turnando y a mí me tocó ir por mi cuenta, y compartir la experiencia con otros 5 extranjeros de distintos países, a los que no conocía. Una de ellas, una chica Noruega que medía no menos de 3 metros y medio (si, exagero) no lograba ocultar su impaciencia mientras observaba, moviendo nerviosamente los pies, cómo nuestra anfitriona japonesa se tomaba sus largos 20 minutos para acomodar los utensilios sobre el tatami y disponer todo antes de comenzar a mezclar el polvo verde (matcha) con el agua caliente.

Y es que la ceremonia del té se trata, entre otras cosas, de una experiencia respecto de cómo transitar el tiempo. No sólo por esa habitual observación de que vivimos una posmodernidad ágil, con tiempos tecnológicos que dejan de lado la capacidad de las personas de observar, pues esta ceremonia existe obviamente desde antes de las barras de progreso de los dispositivos electrónicos. Sino por otra razón, más trascendente: hace falta un tiempo separado del tiempo común de la vida cotidiana, para pensar como miramos el mundo y como vivimos nuestra vida. Las religiones crean esos espacios y tiempos en sus liturgias. La ceremonia del té también lo hace, aunque sin las parafernalias religiosas.

Cada momento de la ceremonia responde a la intención de representar ciertos valores. El reborde sobre el que se acomodan los utensilios tiene una forma que evoca el monte Fuji. La anfitriona coloca el recipiente donde se guarda el agua que contendrá el preparado a ser bebido, caminando de frente a los invitados. En cambio, retira los recipientes con el agua sobrante dándoles la espalda, para no ofenderlos con ese producto impuro. La posición de cada cucharón, cada pañuelo, cada vasija, representa algo. La decoración, cómo en esos poemas brevísimos llamados haikus, siempre hace alguna referencia a la naturaleza y a la estación del año, y contiene algún pensamiento profundo.

Buena parte del tiempo está dedicada a la exposición y contemplación de los distintos jarros, cucharas y elementos que se utilizan. El tránsito compartido por todos esos momentos extraídos del tiempo habitual, generan entre los participantes una sensación de comunión.

Es tentadora la analogía con el mate, nuestra propia infusión tradicional verde. Sin embargo, aunque forzando la imaginación existan algunos elementos en común, la ligereza y la espontaneidad que acompañan a la ronda de mate, tienen poco que ver con esta ritualidad espiritual y casi liturgica de la ceremonia del té.

Pero la analogía que, desde mi punto de vista, sí resulta más o menos inevitable, es la que puede establecerse entre el tiempo de la ceremonia del té y el tiempo del aula. Porque también en el aula nos extraemos de la vida corriente y dedicamos ceremonias y rituales a una reflexión mediada sobre nuestro lugar en el mundo. También en el aula ponemos la mesa. Y también, si creemos que el aula es ese lugar mágico donde las personas construyen deseos y destinos,  podemos darnos tiempo para pensar en quiénes somos y cómo querenos vivir. Aunque no pensar como tematizar, como pronunciar máximas a seguir, sino -  como en la ceremonia del té - pensar saboreando un buen ejemplo que sintetice poéticamente ciertos modos de mirar y de mirarse.




lunes, 23 de julio de 2018

Ta to' en chino!!!!

Hay una forma particular de soledad que es difícil experimentar en la vida cotidiana, pero que es muy recurrente cuando se vive bajo la condición de extranjero: la soledad linguística. No solo porque las personas hablan en una lengua que para nosotros es más o menos incomprensible, sino porque además: los sonidos de los altoparlantes en el metro, la señalización en la vía pública, los periódicos, los envases de los alimentos en el supermercado, los libros, los graffitis callejeros, todo está escrito con una mezcla de hiragana, katakana y kanji que resulta casi siempre indescifrable. Muchas veces puede deducirse por el aspecto y el contexto la función que tiene cada inscripción, y la gestualidad expresiva de la gente nos ayuda a comprender casi todo. Pero no deja de ser un poco frustrante experimentar en forma sostenida a lo largo de los días o las semanas está soledad lingüística.

Hace unos días, después de escuchar el interminable sonido del extractor del baño sin pausa durante varias horas, me vi frente a un panel lleno de botones indescifrables y me salió del fondo del alma un grito: ¡aaaah, ta to' en chiiinooo!

Y quedó. En los viajes compartidos en grupo - en este caso, grupo familiar - se arman siempre estos códigos en clave de humor... y ahora, cada vez que nos encontramos frente a una situación en la que nuestra incapacidad de leer el japonés nos complica un poco la vida, recurrimos a esa frase.


Por otro lado, ante esto, no pude menos que recordar un hermoso texto de Fabio Morábito llamado "El idioma solitario", que dejo acá:

"El idioma materno de mi mujer es un idioma que yo no hablo; ella, en cambio, habla mi lengua materna. Nos comunicamos a través de un tercer idioma, que es el idioma del país en el que vivimos. El que yo no hable ni entienda la lengua materna de mi mujer, al revés de ella, que habla la mía sin dificultad, me otorga una gran ventaja. Al estar expuesto en mi casa a un idioma extraño, que no entiendo ni quiero entender, la calidad de misterio de mi vida es superior a la suya. Cuando la oigo hablar en su idioma, bien sea con su hermana por teléfono o con algún compatriota que la visita, me doy cuenta de cuán poco la conozco, pues los sonidos de su lengua no tienen correspondencia exacta con los de ningún otro idioma que he oído. En especial, la aspereza de ciertas consonantes aspiradas me perturban todavía después de más de treinta años de vida en común. Hay allí, en esos sonidos que parecen comprometer no sólo su garganta sino su estómago, un aspecto de mi mujer que escapa a mi comprensión, una cualidad de su sistema nervioso que me resulta ajena y hasta amenazante. Ella ha de experimentar lo mismo, pues me ha dicho que nunca se siente tan extranjera 56 y tan sola en nuestra casa como cuando habla su idioma, consciente de que ni yo ni mi hijo la entendemos. Así, después de que acaba de hablar por teléfono con su hermana, lo primero que hace, con la boca que todavía rezuma idioma materno, es ir a verme para referirme detalladamente la conversación que tuvieron, temiendo quizá que su idioma haya creado un abismo entre nosotros, como esos terremotos cuya intensidad hace que el eje de la Tierra se desplace unos cuantos centímetros. Nos miramos con expresión interrogante y entonces a menudo me ruega que aprenda su idioma, para no sentirse en nuestra casa como una loca que desvaría. Pero yo le respondo que en esa soledad lingüística suya, y en el misterio que eso supone, se cifra gran parte de su belleza y de mi amor por ella, y se retira resignada, como quien ha cerrado un trato desventajoso pero irrevocable."

domingo, 22 de julio de 2018

Buzones

Son muchos los buzones que se venden respecto de cómo es la gente y cómo es la vida aquí en Japón. Caminando por sus ciudades, voy constatando algunas y refutando otras. Por ejemplo:

- No son ni  tan recatados ni tan estructurados como se cree. Bailan en la calle en bellísima fiestas populares llamadas Matsuris, se hacen tatuajes y cortes de pelo extravagantes  y todas las cosas que los seres humanos hacemos para pasarla bien.

- No tiran papelitos al piso, eso es cierto. Aunque se trate de un estereotipo banal respecto del primer mundo, lo cierto es que todo está limpísimo, y resulta prácticamente imposible encontrar un tacho de basura en ningún lugar público. La gente se guarda su basura en el bolsillo o en la cartera y se la lleva a la casa. Esta tarde la bebita tiro una galletita al piso y la levantamos a toda prisa cuidando que nadie nos viera. No pude evitar imaginarme la misma escena en alguna estación de la línea B, y esbozar una sonrisa.

- no son tradicionalistas de la manera que nos imaginamos en Occidente. Por supuesto que tienen museos en los que conservan su acervo cultural y algunas costumbres en la vida cotidiana que reflejan su cultura milenaria, pero lo que más distingue la vida cotidiana de los japoneses es su espíritu modernísimo, su pasión por la tecnología, su curiosidad voraz por conseguir objetos que a nuestros ojos son un poco extravagantes, pero que ellos usan sin ningún tapujo, como los ventiladores a pila de mano, los paraguas de sombrero, y ese tipo de cosas.

- Es cierto que andan mucho en bicicleta. Y agregaría que andan por las veredas a toda velocidad, estando a cada rato a punto de atropellarlo a uno.

- Los trenes son increíbles y van muy rápido. Todo funciona bien y no entiendo como las cosas no se rompen. Nadie se afana nada, nunca. O sea: dejan la pila de rollos de papel higiénico en el baño público para que los propios usuarios vayan reponiendo, y a nadie se le ocurre llevarse uno a la casa.

- Si uno entra con un bebé en brazos a un transporte público a pocos o a ninguno se les ocurre la idea de ceder el asiento. Pero censuran silenciosamente los gestos de molestia del bebé durante el viaje.

- No son en absoluto fríos ni indiferentes. Quizás una de las cosas que más los define es su enorme capacidad para conmoverse frente a las cosas tiernas, como los perritos, los bebés linditos como la nuestra, o los dibujos naif. Todo lo que sea más o menos cuchi cuchi los enamora y los vuelve locos hasta la euforia. Hasta tienen una palabra universalmente conocida para definir esas emociones: kawaii. Si salimos a caminar con la bebita en brazos todas las cuadras nos detienen dos o tres veces viejitas o chicos jóvenes para decir "ooooh, kawaii desu!".

- Convive en el aire una extraña mezcla de consumismo hipercapitalista y de espiritualidad oriental. Cuando uno visita los templos se encuentra con iconografías e historias increíblemente profundas y trascendentes, y al mismo tiempo kiosquitos en dónde venden la fe, fraccionada en pequeños productos simpáticos de 500 o 1000 yenes.

- Los precios son un poco disparatados. Los whiskies importados que en Argentina son carísimos, aquí cuestan la mitad. Un vasito con 6 tomates cherry cuesta 200 pesos argentinos, y así con el resto de la fruta y la verdura, con ejemplos absurdos del estilo: una sandía a 3000 pesos de los nuestros.

- Son cordialísimos, muy respetuosos de las reglas wn general, y del espacio público en particular.

Y seguimos caminando y conociendo...




viernes, 20 de julio de 2018

Kamakura

El templo Hase-dera (長谷寺) es uno de los tres o cuatro que pueden visitarse en Kamakura, ciudad cercana a Tokyo en la que pasamos un día entero. Este templo tiene la particularidad de que está íntegramente dedicado a los niños. Si un niño está enfermo, o incluso si un embarazo viene complicado, éste es el templo adecuado para ir a dejar ofrendas y rezar.
Está rodeado de una obra de arte botánica que hace que uno se quede realmente con la boca abierta. Eso que pensamos los latinoamericanos respecto del talento de los japoneses para realizar jardines impresionantes, es absolutamente cierto. Y Hase-dera es un ejemplo impecable.

Cuando un niño muere, además, se representa su recuerdo con una estatua llamada "Jizo", y como este templo está dedicado a los niños y a sus almas existen entonces filas interminables de estatuas representando cada una de ellas a un niño cuya alma es protegida por estas deidades.

Otro de los templos de Kamakura tiene la particularidad de tener un Buda gigante, dentro del cual uno puede meterse y apreciar los sofisticados instrumentos de construcción que se emplearon hace casi 800 años para crearlo.

Y si se trata de construir cosas grandes, los japoneses no se quedan nunca quietos. Si no véase este enorme Transformer ubicado en la puerta de un centro comercial de Odaiba.

Y finalmente, hay que decirlo, Kamakura tiene unas playas que casi casi se acercan a las de la Costa de Oro de Canelones, y que con los días super calurosos que hacen aquí, vienen bárbaro.



jueves, 19 de julio de 2018

Nunca nos sentimos tan latinos como en el metro de Tokio.


Nunca nos sentimos tan latinos como en el metro de Tokio. La bebita, inquieta, curiosa y un poco hiperquinetica, encontró divertidísimo colgarse de las manijas estando en brazos y señalar con el dedo los dibujos que aparecen en carteles y pantallas del modernísimo vagon. Los japoneses, por su parte, viajan en el metro con una ensayadísima coreografía de silencio y quietud. Nada los perturba, por supuesto, y jamás antepondrían una queja frente a nuestros ruidos y nuestros bagayos difíciles de acomodar. Pero desde esa silenciosa calma, uno percibe la moción de censura. El contraste entre distintos modos de habitar el espacio y el tiempo en un enclave público como el metro, pone en evidencia tanto nuestra percepción de los japoneses como estructurados, con un ritmo de vida mecánico, como nuestra propia (y siempre reprimida) explosión latina de risas, gestos de cariño, etc. Por momentos deben vernos como gringos, porque hablamos en inglés (con ellos). Pero creo que en el metro se dan cuenta que venimos de Sudamérica.

miércoles, 18 de julio de 2018

Museo Ghibli y Mitaka

Hoy visitamos el Museo Ghibli
La verdad, no íbamos con muchísimas expectativas. Aunque nos encanta su arte tal vez intuíamos que la curaduría estaría centrada en la técnica de animación.
Sin embargo, nos sorprendió muchísimo. La presentación fue la proyección de un corto inédito, sensible y mágico sobre una oruga qué sale de la crisálida y descubre las primeras sorpresas que la vida le depara. También pensábamos que a Leia no le llamaría la atención, pero para nuestra sorpresa aún cuando estaba en la falda de su madre dispuesta a amamantar si ella lo demandara,  no despegó su vista de la pantalla. Una curiosidad respecto del corto que vimos, es que no tenía grandes despliegues de sonido, sino que todo el trabajo de sonorizacion estaba hecho por los gestos verbales y los sonidos de una sola persona cuya voz se escuchaba todo el tiempo.

Toda la muestra desborda tecnología, y sin embargo inspira desde una estética profundamente humana y artesanal. Varias de las instalaciones del Museo hacen referencia a la técnica de la animación, si, pero lo hacen a través de juguetes mecánicos y ópticos que recuerdan un poco a la increíble fábrica de chocolate de Willy Wonka. Muñecos que giran en una calesita a toda velocidad y una luz parpadeante los convierte en una impresionante animación (eso fue probablemente lo que más nos gustó a los cuatro, del museo). Instalaciones móviles insólitas en cada rincón del edificio. Una arquitectura modernista que es un poco de fragmentos de las películas y despliegues creativos a partir de su estética. Muy, muy japonés.
Fotos para mostrar del museo, no tenemos. Una de las magias del lugar es que impiden a los visitantes mirar todo a través de las pantallitas de sus celulares. No está permitido tomar ninguna foto dentro del museo. Por un momento nos molestó, pero enseguida lo agradecimos.

En un rincón de juego infantil, Leia pudo meterse adentro del gato gigante cuya reproducción se ve en la foto. Además de ser un lugar muy bonito fue para ella una especie de primera experiencia de "pelotero", que compartió con otros japonesitos y japonesitas mucho menos inquietos que ella: a pesar de que también eran bebés o niños muy pequeños escucharon con mucha atención y en silencio las indicaciones previas que la cuidadora les hizo, sobre lo que podía y no hacerse dentro del lugar.

A la salida caminamos un poco por las calles de Mitaka y su gigantesco parque. Terminamos en una estación de tren llamada Kichijoji, dónde recorrimos una especie de mercado que combinaba la típica estética de los mercados europeos con el estilo más comercial de los centros japoneses. En cada puestito nos reconocían como extranjeros y nos daban a probar extrañísimos sabores, que disfrutamos mucho, y algunos de los cuales nos trajimos al departamento para preparar.

Almorzamos en uno de esos típicos restoranes a la barra, donde nos sirvieron sakana (pescado), butaniku (cerdo), arroz y otras cosas que no sabríamos decir muy bien que eran.
(Parque en Mitaka)

martes, 17 de julio de 2018

Ueno

Impresionante y divertidísimo el sistema de este restaurante de pescado de Ueno. Uno se sienta en la barra y tiene delante una pequeña pantalla táctil en la cual elige lo que quiere comer. Por una cinta que se mueve en forma permanente van pasando los distintos platos para poder verlos. Y una vez hecho el pedido, llega por un carril rápido y se detiene justo enfrente de tu lugar en la barra.
Algunos de los bocados que probamos nos hicieron dar cuenta de que, hasta ahora, no habíamos probado realmente el sushi.
Brevísimo vídeo:
El restaurante se encuentra en el medio de una feria  ubicada justo al lado de la estación del metro Ginza G - Ueno.  La.feria se llama Okachimachi, y es un desborde de cosas raras, colores, olores...


lunes, 16 de julio de 2018

Matsuri (festival) del Mar en Odaiba

Matsuri (festival) del Mar en Odaiba.. Se encienden miles de farolitos en la playa.
Japón es una isla. Y como no podría ser de otra manera, rinden honores al mar que los rodea, dedicándole varias festividades y eventos al año. Una de las más importantes se celebra el tercer lunes de cada mes de julio, se llama "Umi", y es la que coincidió con nuestros días en la ciudad de Tokio.
Así es como, aunque nos perdimos las primeras horas del festejo porque nos quedamos dormidos a causa del jet lag que venimos sobrellevando desde que llegamos (¡hay 12 horas de diferencia horaria!), llegamos cuando ya estaba armada e instalada la espectacular vista de los farolitos que forman imágenes sobre la playa. Leo pudo reconocer que una de las figuras vista desde arriba era similar a una flor Sakura (さくら), típico ícono nipón.

domingo, 15 de julio de 2018

ありがとう, ろべると!! (Gracias, Roberto)


Nuestras clases de japonés con Roberto dieron sus primeros frutos apenas subidos al avión. Leia entabló amistad con un bebé nipón de su edad (Makoto / まこと) hijo de colombiano y japonesa, que regresaba a casa en el mismo vuelo. Y no sólo intercambiaron kanas (en especial だ (da) y たた (ta-ta)), sino que los adultos conversamos en un nihongo, precario y alternado con palabras en inglés, pero que permitió un diálogo fluido. Ya en vuelo, hubo intercambio de libros entre bebés. El que nos prestaron fue rápida e íntegramente leído por Leo, que demostró su excelente dominio del hiragana y el complejo vocabulario del libro, cuyo elaborado guión era más o menos el siguiente. Trataba de un gusanito, que jugaba con autitos, trencitos y otros juguetes. Al final, le decían que primero tenía que comer la comida. Es decir, tenía una especie de mensaje moral, sutilmente referido de manera alegórica, sobre el necesario equilibrio entre el juego y la alimentación.

sábado, 14 de julio de 2018

Pasajera en trance.

Pasajera en trance.
En el aeropuerto de México, la única escala del viaje, tuvimos nuestro primer encuentro con niponas. Acompañando a Leia en la espera vagabunda, veo que empezó a apretar la almohadita de viaje de dos japonesas que esperaban en el mismo vuelo.
Me animé a hablarle en japonés a ella como un guiño a las pasajeras. Leía... Nani wo suru! -que estás haciendo?Le dije. Y me miraron con los ojos grandes y la boca en ho exclamando con asombro que hablábamos el mismo idioma. Creo que me preguntaron si eramos de Japón y le dije watashitachi arusenchijin. Nihongo wo benkyou wo  shimasu (somos argentinas y estudiamos japonés)
Nos reímos.
Douzo yoroshiku onegai shimasu (gracias, mucho y gusto)

jueves, 12 de julio de 2018

La oración del despegue

Lo diremos en una sola oración, ya en Ezeiza,  hechos los trámites migratorios y despachado el equipaje, sorteados los vertiginosos escollos que casi nos dejan en Argentina (había que demostrar con partida de nacimiento o libreta de matrimonio que Leia era nuestra hija, y finalmente conseguimos convencerlos de que nos aceptaran el documento nacional de identidad), recuperada la bebé del golpe que se dio en la boca un rato antes de salir (véas en la foto, ni es truco, no imita a Rocky, es su labio), puestos en el cogote 14 perfumes superpuestos del free Shop, sacadas todas las selfies ridículas... ahora si empieza el viaje por el aire, aunque todavía falten dos largos días para aterrizar en el aeropuerto de Tokio.

miércoles, 11 de julio de 2018

La comida ricaba

Antes de emprender este viaje a Japón, dedicamos unas cuantas horas, cada semana durante los meses previos, a sumergirnos en las profundidades de ese enigmático idioma. Estudiamos japonés, si. No tanto para dominarlo y comunicarnos fluidamente con los japoneses en su propia lengua -  cosa a la que no aspiramos seriamente -  sino más bien para conocer algo de ese país a través de su lengua. Porque se puede conocer mucho acerca de un pueblo mirando sus palabras, y porque es además un modo de comenzar a viajar anticipadamente, desde las clases cada miércoles en el comedor de nuestra casa.
Una de las cosas que más me llamó la atención del japonés, es la dificultad para traducir ciertas frases. Incluso frases simples, que expresan ideas igualmente sencillas, pueden poseer una gramática y una estructura tan diferente de la que empleamos en español para decir lo mismo que la traducción puede ser eficaz, pero nunca absolutamente fiel. Es cierto que eso puede decirse acerca de cualquier traducción, pero un ejemplo sencillo puede ayudar a mostrar que se trata de un caso particular de intraducibilidad.

Supongamos que estamos comiendo y queremos decir: "la comida está rica". Las palabras de la frase se ordenan de un modo diferente al que estamos acostumbrados. Diríamos: gohan wa oishii desu (Comida wa rica estar), donde "wa" es una partícula intraducible que significa algo así como "en lo que respecta a...". O sea que, reordenando un poco las palabras e introduciendo el significado aproximado de esa partícula la frase quedaría: "en lo que respecta a la comida, está rica". Y ahora viene lo curioso.  sí quisiéramos decir lo mismo en tiempo pasado,  deberíamos decir: gohan wa oishikatta desu (ごはんはおいしかったです). Si, la palabra que cambia no es el verbo sino el adjetivo, "rico". De oishii a oishikatta. Podría traducirse literalmente como: "en lo que respecta a la comida, es algo que supo ser rico". O "la comida ricaba".

Y hay más cosas raras del japonés... pero las dejamos para otra entrada del Blog.


Dñl

sábado, 7 de julio de 2018

Hiragana (ひらがな)

A あいうえお
Ka かきくけこ
Sa さしすせそ
Ta たちつてと
Na な に ぬ ね の 
Ha は ひ ふ へ ほ
Ma ま み む め も 
Ya  や      ゆ     よ
Ra ら り る れ ろ 
Wa わ               を
N ん 

Este es una especie de silabario para poder escribir en japonés de una manera sencilla. Se llama Hiragana,  y está compuesto por 47 símbolos fonéticos. La primera fila (あいうえお) representa las cinco vocales que utilizamos en el idioma español, aunque el orden al que estamos acostumbrados es diferente del que utilizan ellos. Esta fila se lee: A I U E O. La segunda está encabezada por una "ka" porque debe leerse KA KI KU KE KO. Y así todo. Con algunas excepciones, por supuesto.

La mayor parte de las sílabas que no aparecen directamente en este silabario pueden construirse variando las existentes agregándoles algunos símbolos: " (tenten) y ° (maru). El tenten se pone al lado del kana (símbolo) y cambia la K por G (por ej. き(ki) > ぎ (gi), la T por D y la H por B. Y el maru cambia la H por la P.

Conociendo el hiragana, hemos estado jugando a decir cosas en español pero escribiéndolas con estos símbolos fonéticos. Por ejemplo: け ばらた えさ ぱぱ。(Qué barata esa papa).

Je.

A ver quién se anima a "traducir" estos:

めぱれせけびのみぱぱ
きえろこめるんぱんちょ
えんはぽん あせ ふりお。

Dñl

Pasajeros en trance




Hola! Aqui Clara y mi nombre japonés es Akiko.


Ansiosa por volar hacia el lejano oriente. Siento que este viaje empezó hace un tiempo y se disfruta de a poco, delicadamente. Ahora mismo preparando las valijas, las zapatillas para vagar y callejear como flâneur -como decia Boudelaire-. Intuir las ciudades, deconstruirlas y volverlas a construir en nosotros, sumergirnos en su accesibilidad, sabores y perfumes urbanos.


Ahhhh ohhhhh cierro los ojos y vuelvo a abrir para enfocarme de nuevo.


Aprendiendo japonés



Antes de emprender este viaje a Japón, dedicamos unas cuantas horas, cada semana durante los meses previos, a sumergirnos en las profundidades de ese enigmático idioma. Estudiamos japonés, si. No tanto para dominarlo y comunicarnos fluidamente con los japoneses en su propia lengua -  cosa a la que no aspiramos seriamente -  sino más bien para conocer algo de ese país a través de su lengua. Porque se puede conocer mucho acerca de un pueblo mirando sus palabras, y porque es además un modo de comenzar a viajar anticipadamente, desde las clases compartidas cada miércoles en el comedor de nuestra casa.

Una de las cosas que más me llamó la atención del japonés, es la dificultad para traducir ciertas frases. Incluso frases simples que expresan ideas igualmente sencillas, pueden poseer una gramática y una estructura tan diferente de la que empleamos en español para decir lo mismo, que la traducción puede ser eficaz, pero nunca absolutamente fiel. Y aunque es cierto que eso puede decirse acerca de cualquier traducción, creo que un ejemplo puede ayudar a mostrar que se trata de un caso particular de intraducibilidad.

Supongamos que estamos comiendo y queremos decir: “la comida está rica”. Las palabras de la frase se ordenan de un modo diferente al que estamos acostumbrados. Diríamos: gohan wa oishii desu. Literalmente: comida (wa) rica es.
El “wa” es una partícula que se usa para señalar el tema del que habla la oración, en este caso la comida, y se podría traducir como “en relación a…”, o “en lo que se refiere a…”. O sea que, la traducción literal quedaría en: “En lo que se refiere a la comida, rica es”.
Ahora bien. Si quisiéramos decir lo mismo en tiempo pasado (la comida estuvo rica), pasa algo curioso: la palabra que cambia no es el verbo, sino el adjetivo: Gohan wa oishikatta desu (ごはん・わ・おいしかった・です). Es decir que en vez de rico-ahora (oishii) diríamos rico-antes (oishikatta). Y la traducción literal quedaría en: “En lo que se refiere a la comida, rica-antes es”. O mejor: “En lo que se refiere a la comida, algo que tuvo rico sabor, es”.

Muy loco. Muy. Hablando, los ponjas parecen Yoda.

dñl

Hola, gente! | こんにちは、みんなさん!

こんばんわ (buenas tardes)!
Somos Daniel, Clara, Leo y Leia, y creamos un blog porque nos vamos a Japón en unos días, y nos pareció interesante tener unas "Crónicas de Japón" para compartirles.
Estuvimos tomando unas clases de japonés para poder adaptarnos más, y si bien no tenemos un gran nivel, creemos que nos vamos a poder manejar con el inglés de Clara y Daniel, el japonés de Leo y el dadada de Leia.
Tenemos pensado que este blog sea para compartir nuestras experiencias en diferentes lugares de Japón, con curiosidades, aventuras, nuestros pensamientos y convivencias con diferentes personas del país. Aunque así como vamos a llevar ésto público, también vamos a escribir en diarios de viaje en papel, para tener algo más nuestro. Clara y Daniel van a llevar uno con sus puntos de vista del viaje y Leo va a llevar otro con el suyo, así como también vamos a escribir los post turnándonos entre todxs, así que para saber quién escribió cada uno, vamos a separarlos en etiquetas, y van a ver también nuestras firmas al final de cada uno:
Daniel: Dñl
Leo: Leito
Clara: Akiko (あきこ)
¡Y Leia es un bebé, no sabe escribir! pero también va a estar incluída en las historias que contemos, don´t worry.


Acá estamos nosotrxs desayunando, Daniel a la izquierda, Clara sosteniendo a Leia en brazos y Leo tomando café con leche. 

Post por ~Leito